13.2.09

Un fratricidio / Franz Kafka

Ha quedado demostrado que el asesinato se produjo de la siguiente manera:
Schmar, el asesino, se colocó, a eso de las nueve de esa noche de luna clara, en aquella esquina por la que Wese, la víctima, viniendo por la calle en que se encuentra su oficina, tenía que doblar para tomar por la calle en que vivía. Fríos, todos los aires estremecedores de la noche. Pero Schmar iba vestido solamente con una ropa azul liviana; y además el saquito estaba desabotonado; no sentía frío; también estaba en continuo movimiento. Por la empuñadura sostenía el arma del crimen completamente desnuda; era mitad bayoneta, mitad cuchillo de cocina; observaba el cuchillo a la luz de la luna; el filo centelleaba; esto no le bastaba a Schmar; lo restregó contra los ladrillos del piso hasta sacarle chispas; quizá sintió remordimientos, y para reparar el daño lo hizo deslizar, a modo de arco de violín sobre la suela de una de sus botas, mientras parado sobre una sola pierna, inclinado hacia delante, al mismo tiempo prestaba atención al sonido que el cuchillo producía sobre su bota en la fatídica callejuela.
¿Por qué permitió todo esto el rentista Pallas, que allí cerca observaba todo desde su ventana en el segundo piso? ¡Investiga la naturaleza humana! Con el cuello alzado, la bata de dormir ceñida a su amplio cuerpo, meneando la cabeza, miraba abajo. Y cinco casas más allá, en la otra vereda, al sesgo, con el abrigo de pieles de zorro sobre el camisón, Frau Wese esperaba ansiosamente a su marido, que hoy tardaba desacostumbradamente mucho. Por fin suena la campanilla de una puerta, penetrando su sonido por la ciudad, elevándose hacia el cielo, y Wese, el laborioso trabajador nocturno, todavía invisible, sólo anunciado por el campanillazo, sale de la casa y camina por esa calle; en seguida el pavimento registra sus tranquilos pasos.
Palla se asoma todavía más; no debe perderse nada. Frau Wese, tranquilizada por la campanilla, cierra la ventana haciéndola sonar.


Pero Schmar se arrodilla; como en ese momento no tiene otras partes de su cuerpo desnudas, aprieta la cara y las manos contra las piedras. Donde todo se está helando, Schmar arde.
Justo en el límite que separa las dos calles Wese se detiene; sólo con el bastón se apoya en la calle del otro lado. Un capricho. Lo ha seducido el cielo nocturno; lo azul oscuro… lo dorado; lo contempla sin darse cuenta; sin darse cuenta se acaricia el cabello bajo el sombrero algo echado hacia atrás. Allá arriba no se produce ninguna conjunción astral que le de algún indicio sobre su futuro inmediato; todo permanece en su desatinada, inescrutable posición. De por sí es muy razonable que Wese continúe caminando, pero va hacia el cuchillo de Schmar.
- ¡Wese! – grita Schmar, parándose en puntas de pies, con el brazo extendido, peligrosamente inclinado el cuchillo -. ¡Wese! ¡Julia espera en vano!
Y Schmar le hunde el cuchillo a Wese en el cuello por la derecha y por la izquierda y una tercera vez en el vientre.
Al ser despanzurrada, las ratas de agua emiten un sonido similar al que dejó escapar Wese.
- Hecho – dice Schmar, y arroja el cuchillo, ese inútil lastre sangriento, contra el frente de la casa contigua - ¡La dicha del homicidio! ¡Qué desahogo! ¡El fluir de la sangre ajena hace como crecer alas! ¡Wese, vieja sombra nocturna, amigo, compañero de banco en las tabernas, te filtras hacia los oscuros fundamentos de la calle! ¿Por qué no eres simplemente una ampolla llena de sangre, así me siento encima de ti y desapareces por completo? No todo está consumado; no todos los floridos sueños han madurado; tus pesados restos yacen aquí, infranqueables. ¿A qué viene esa muda pregunta que así formulas?
Pallas, con su cuerpo hecho un amasijo de toda clase de venenos, aparece en la puerta de su casa cuyas dos hojas se abren de golpe.
- ¡Schmar! ¡Schmar! ¡He visto todo! ¡No se me ha escapado nada! – Pallas y Schmar se escudriñan mutuamente. Pallas se da por satisfecho; Schmar parece no querer terminar nunca más.
Frau Wese, el rostro completamente envejecido de espanto, con cantidad de gente a sus lados, se acerca corriendo. El abrigo de pieles se abre; ella se arroja sobre Wese ; el cuerpo vestido con un camisón le corresponde a él; el abrigo de pieles que se cierra sobre el matrimonio como el césped de una tumba corresponde a la muchedumbre; Schmar , conteniendo apenas la última náusea, apretada la boca contra el hombro del policía, que rápidamente se lo lleva de ahí…

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